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- Leonardo E. Arteaga Ibarra
- 25 may 2023
- 1 Min. de lectura

Las Meninas (1656), Diego Velázquez
Tus ojos son todo para mí, sin ellos yo no existiría. Un cristal oscuro en el que me reflejo. Sin embargo, parece que esos arcos superiores son aún más oscuros y allí nada se refleja. Tu frente es amplia y arrugada, tu cabello comienza a tener entradas, incluso con el sol se pueden apreciar algunas canas. Tu nariz larga es uno de los rasgos maternos más característicos, eso, y tus pestañas chinas. El fondo es lo que más varia, al igual que tu ropa, pero hay un mundo limitado de variaciones… Siempre te veo en los mismos lugares: tu cuarto, el baño, la sala, el elevador de tus departamentos, las puertas del metro, la ventana de tu analista, la avenida por la antes pasabas, tu vaso de cristal, la pantalla de tu celular. Crees que somos el mismo, a veces yo también me confundo, pero no es así. Tú eres diestro y yo soy zurdo. Tu voz es rasposa y yo soy mudo. En la noche cuando escuchas un ruido sueles voltear y yo sólo volteo cuando tú volteas. Creerás que soy tu prisionero, pero si un día mi mirada se aparta tú no serías nada.
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