Los Lechones
- Leonardo E. Arteaga Ibarra
- 6 jun 2024
- 3 Min. de lectura

Los tres cerditos con su madre (1905), Leonard Leslie Brooke
Mi madre había enfermado de los nervios recientemente, por lo que mi padre decidió llevársela a la capital para que la atendieran. La situación parecía complicada. Un par de meses atrás mis abuelos maternos habían fallecido en un accidente, al parecer ese era el origen del problema. Mientras que mis abuelos paternos vivían al sur del país, la situación —no parecía—, era complicada. Soy el mayor de mis cuatro hermanos, mi papá no podía llevarnos a todos a la capital y tampoco quería que viajáramos con mamá. No quería que la viéramos en esa condición, así que optó por dejarnos con los vecinos más cercanos que teníamos, quienes vivián a unos cuantos kilómetros de nosotros, en el rancho “Los Lechones”.
Los vecinos eran muy buenos amigos de mis papás y nosotros nos llevamos muy bien con sus hijas: Carolina, Eugenia y Macrina, que eran prácticamente de la misma edad que nosotros. Mi papá tardaría en el viaje a la capital sólo tres días y dependiendo de cómo los médicos vieran a mi mamá, la iban a hospitalizar. Por lo que podía regresar solo o con ella, eso a mí y a mis hermanos nos angustiaba mucho.
Nos dejó temprano en casa de los vecinos y se marchó. El primer día fue muy tranquilo, los señores eran muy amables y no tocaban el tema de la enfermedad de mi mamá. Sus hijas también eran muy amables y les gustaba contarnos historias, algunas fantásticas, otras de terror. Una de esas historias era la de tres niños que vivián debajo de los cimientos de la casa y que por la noche se transformaban en lechones, pero que ellas no los podían delatar con sus padres porque los iban a expulsar por considerarlos brujos, o algo así.
El segundo día también comenzó con cierta tranquilidad, pero cuando cayó la tarde, Carolina, me dijo:
—¡Mira, mira! ¡Asómate a la ventana ahí vienen los niños lechones!
Al asomarme solamente logré ver como un par de pezuñas entraban por debajo de la casa. Inmediatamente le dije a Carolina:
—¿Vamos a verlos?
Ella contestó:
—No, no. Si mis papás se enteran los van a correr del lugar.
Así que nos quedamos toda la noche platicando sobre eso. Parte de mí había pensado que lo que había visto eran simples lechones que sólo se ocultaban debajo de la casa principal del rancho, para salir de la duda decidí ir a buscarlos al día siguiente.
El tercer día, al amanecer, me levanté muy temprano, era el último día que mis hermanos y yo estaríamos ahí, así que tenía que salir de la duda. Salí por la ventana y al observar debajo de los cimientos de la casa logré observar a tres pequeños niños. Mi asombro fue tal que no hice absolutamente nada, me asusté un poco y volví a subir por la ventana. Al estar en el cuarto, Carolina me dijo:
—Los viste, ¿cierto?
A lo que contesté:
—Sí, así es. Te creo. — dije impactado.
—No puedes contar nada de lo que has visto, ¿entiendes? — me contestó en un tono molesto.
Asentí con la cabeza.
Durante la tarde llegó mi papá con mi mamá, verla nos dio mucho alivio. Esa misma tarde nos retiramos de la casa de los vecinos. Al llegar a nuestra casa le pregunté a mi papá:
—¿Por qué el rancho de los vecinos se llama “Los Lechones”?
—Porque es el principal producto que venden o más bien el único. Nadie sabe cómo le hacen, nunca hemos visto que los críen. Sólo los llevan directo al mercado, ¿por qué la pregunta?
—Sólo me dio curiosidad —dije con la cara pálida y muerto de miedo.
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