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  • Foto del escritorLeonardo E. Arteaga Ibarra

El departamento del Sr. Kuri



Diverse lingue, orribili favelle,

parole di dolore, accenti d'ira …

Dante Alighieri


Como de costumbre, Juan, había ido al departamento de Carolina, con quien sostenía encuentros casuales desde hace un par de meses. La tarde se mostró tranquila, después de la comida platicaron sobre sus planes. Les gustaba escuchar las ideas que tenían, pues, aunque carecían de proyectos juntos disfrutaban esa delgada línea que los separaba: un futuro distante y un presente compartido. Aquel día se quedó hasta la madrugada. Y mientras regresaba a su casa vio como un niño de rostro pálido y tristes ojos se balanceaba sobre una pileta llena de agua. El niño parecía estar en lo suyo, a juicio de Juan sólo era un niño que jugaba con su reflejo. No intercambiaron miradas. El niño ni siquiera se percató de su presencia.


A la tarde siguiente volvió a visitar a Carolina. Ella vivía en el último piso de una vecindad. En un pequeño departamento que recientemente había sido remodelado por el Sr. Kuri. La remodelación de la vivienda implicó que se colocarán un conjunto de muebles nuevos: en la cocina una estufa y un refrigerador General Electric de última generación. En el comedor una mesa de cristal oscuro con unas delgadas sillas cuyos acabados eran de piel. Mientras que en la sala se compró un fino librero de caoba en donde los lomos de los libros resaltaban como jorobas en el desierto, haciendo un juego perfecto con un par de hermosos sofás de rojo terciopelo.


El departamento era fresco y ventilado, ideal para el húmedo calor que suele hacer en los lugares tropicales. Las ventanas eran tan amplias que por ellas corría una brisa furiosa que agitaba la suave seda de las cortinas. Aquellos días de verano los enamorados, Juan y Carolina, encontraban en ese pequeño pero lujoso espacio una seguridad y confianza que nunca habían vivido.


Durante el transcurso de ese día él estuvo un poco distraído. Las delicadas caricias y los tiernos besos de Carolina apenas y lo regresaban a la realidad. En su mente sólo se encontraba aquella imagen del niño balanceándose sobre la pileta. Quería contarle a su amante lo que había visto, pero pensó que, si lo hablaba o lo mencionaba, la imagen en su cabeza tomaría aún más fuerza. Así que optó por guardar silencio. Volvió a quedarse hasta la madrugada. Y una vez más mientras se dirigía a su casa se encontró a aquel niño viendo su reflejo.


Esta vez, Juan, decidió acercarse y hablar con él. Al desviar sus pasos de la acera y acercase a la pileta el niño volteó a verle. La mirada del niño era de una tristeza profunda, parecía estar confundido. Juan le preguntó:


—Ayer mientras caminaba por aquí también te vi, ¿qué haces?


El niño contestó:


—Estoy triste. Todos los días mis padres suelen pelear... y durante la noche mi padre me trae aquí a llorar.


Después de un largo silencio el niño volvió a clavar su mirada en el agua estancada y con voz entrecortada dijo:


—Si te acercas lo suficiente a la pileta podrás ver mi cuerpo. Este solamente es un reflejo...

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