Murió de espanto
- Leonardo E. Arteaga Ibarra
- 31 oct 2021
- 5 Min. de lectura

Hace ya bastantes años que arrastré a mi amado al mundo de los muertos. No era mi intención que me acompañara en este lúgubre lugar, pero era obvio que, tarde o temprano, él iba a llegar. El mundo de los muertos si bien es lúgubre no es un lugar en donde uno se lo pase mal. Al contrario, es un mundo en donde uno encuentra bastante tranquilidad. Cabe mencionar que, nosotros los muertos, tenemos permitido visitar el mundo de los vivos cada año. Entre el 31 de octubre y 3 de noviembre. Fue en una de esas visitas en donde conocí a mi amado.
Recuerdo la primera vez que lo vi. Era un 2 de noviembre. Había ido a visitar a mi familia en la ofrenda que ponían. Ahí nos reuníamos abuelos, tíos, primos y sobrinos fallecidos. Las visitas al mundo de los vivos no siempre son divertidas, y, en realidad, depende mucho del ambiente que tenga tu familia. En esa ocasión yo me encontraba un poco aburrida y decidí dar un paseo por mi antigua tumba. Me gusta mucho ver la esquela que mis jóvenes padres pusieron en la lápida: “Aquí yace nuestra querida y amada hija María, quién es su momento de vida nos colmó de felicidad y alegría”. De mi muerte no recuerdo mucho, pero de aquella vez lo recuerdo todo.
Paseando por mi tumba logré divisar, entre el cementerio, un sombrero que llamó mucho mi atención. Era un sombrero negro de ala ancha. En un primer momento supuse que era mi buena amiga la Muerte que se había dado su escapada para recorrer el pueblo. Así que la seguí hasta la Iglesia para entablar una de sus elocuentes conversaciones. Cuál fue mi sorpresa al darme cuenta que el sombrero pertenecía a un joven de unos veinte o treinta años. De un elegante buen vestir, quien llevaba una capa y unas lustrosas botas cafés. Me enamoré del joven inmediatamente. Su piel era gruesa y morena, muy morena. Sus ojos de un inmenso color negro, igual que su cabello. Tenía una mirada profunda. Era un joven lleno de furia. Alto y esbelto. Y al igual que su ropa, de un caminar elegante.
Algunas personas pensarán que por ser vieja la cosa del enamoramiento es fácil para mí, pero como ya deben de suponer morí a una edad muy temprana. Ha pasado tanto tiempo que no lo recuerdo. Y no soy buena para sacar las cuentas de las fechas que aparecen en mi lápida. Así que deben de saber que a pesar de mi avanzada edad mantengo el alma de una joven. Me aferré a proceder lenta y decididamente. Sabía que no iba a tener mucho tiempo para declararle mi amor, ya que el 3 de noviembre es la fecha que los muertos tenemos como máximo para abandonar el mundo de los vivos. Concluí que la mejor manera de acercarme y declararle mi amor era a través de una hermosa carta perfumada.
Escribí lo siguiente:
2 de noviembre
Amado mío,
Sólo te he visto una vez y ya sé que quiero pasar la eternidad contigo. No me tomes por una mujer atrevida, sino por una joven desesperada por declarar su amor. Sé que posiblemente no correspondas completamente mis sentimientos, pero aun así me gustaría verte. Los próximos días saldré de viaje y no volveré al pueblo hasta el 31 de octubre del próximo año. Por favor, respóndeme hoy mismo si nos podemos ver dentro de un año, es decir, el 2 de noviembre, a la media noche en el enorme árbol que está justo en el centro del cementerio municipal. Elijo ese lugar porque a pesar de mi amor tengo un oscuro secreto que contarte.
Atte. María
Pd. Lleva tu hermoso sombrero negro de ala ancha.
Para dar a conocer un poco mi secreto perfumé la carta con hojas de flor de Cempasúchil. Al terminar de redactarla me vestí rápidamente con un velo negro y escondida detrás de un árbol le pedí a un pequeño niño del pueblo que se la llevara y esperara su respuesta. Inmediatamente después de que el niño le entregó la carta, el joven comenzó a leerla. Vi con mucha emoción y entusiasmo como sonreía al leer cada frase de aquella carta. Seguramente pensaba que la joven enamorada era alguna chica que vacacionaba en el pueblo. Así que di por sentado que él estaría presente el próximo año. Mi intuición se confirmó al recibir la respuesta del joven. La cual decía lo siguiente:
2 de noviembre
Querida desconocida,
Confirmo que dentro de un año nos veremos a la media noche en el viejo árbol que está en el centro del cementerio municipal. No me importa cuál es ese oscuro secreto, pues la fuerza que te ha llevado a escribirme esta carta es lo que verdaderamente valoro.
Atte. El joven de un hermoso sombrero negro de ala ancha.
Pd. Tus sentimientos serán correspondidos.
Fue así como pasé un año bastante caluroso en el mundo de los muertos. Recuerdo que cada ánima que me encontraba me preguntaba por qué mi desgastada y fea sonrisa se veía cada día más grande. Yo sólo me limitaba a contestar que estaba feliz de esperar la próxima visita al mundo de los vivos. Sin revelar a nadie lo que sentía por el joven mortal. Ni siquiera a mi buena amiga la Muerte.
Al llegar el ansiado día me vestí lo más elegante posible. Obviamente, de un hermoso vestido blanco con un largo velo que resaltaría perfectamente con la luz de la luna de aquella esperada media noche.
Todo marchaba según lo previsto. Llegué media hora antes y vi, a lo lejos, como a las once cincuenta de la noche mi galán de un hermoso sombrero negro de ala ancha entraba por la puerta principal del cementerio municipal. Pero de la nada me inundó una enorme inseguridad, así que decidí ocultarme detrás de una de las lápidas que estaban cerca de aquel grueso árbol. Después de todo quién iba a aceptar un cuerpo tan demacrado y viejo como el mío. Exactamente a la media noche mi amado ya se encontraba en el lugar. Esperé un poco más en salir, pues temía que se llevara una enorme decepción y me rechazara tan sólo con verme. No obstante, después de varios minutos, cuando vi que comenzaba a desesperar me arme de valor y decidí salir a su encuentro.
Me paré enfrente de él y me descubrí el largo velo sólo para ver como su rostro se deformaba al verme y de sus labios salía un ahogado grito de agonía. En menos de tres segundos mi amado murió de espanto.
Hace ya bastante tiempo que estamos juntos en el mundo de los muertos. Él nunca me ha reclamado nada. Tal vez no tiene ningún rencor hacia mí por haberlo arrastrado hasta acá, o simplemente, el susto que se llevó aquella noche lo dejó mudo para toda la eternidad.
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